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Roma eterna en 3D

Quien hace el primer viaje a Roma no ve nada, en el segundo la conoce y en el tercero se la lleva en el alma.
P. J. Harrebomeé

Viajar es un forma de abrir nuestras mentes, descubrir lo que no está en nuestro día a día, conocer otras formas de vida distintas de las nuestras. Si las primeras veces que viajamos apenas si utilizamos el verbo comparar, con el tiempo y la práctica vamos acercándonos hacia verbos como asimilar, entender o aprehender enriqueciendo nuestra vida con la complejidad de la comprensión y las múltiples respuestas ante la diversidad de la condición humana, aceptando y acogiendo la mirada del otro.
En este blog, en la sección #ViajedeOtoño, propongo una reflexión desde la distancia de viajes reales, algunos reales, otros imaginados con el acompañamiento de libros y música. Proponer desde la intimidad del hogar, buscar una reflexión sobre el concepto de viaje, de aventura, en la que el viajero se sumerge en otra forma de vida, costumbres o circunstancias para conocer qué circunstancias y condicionantes llevaron al lugar, a sus habitantes, a ser lo que son.
En las ciudades, los países, las civilizaciones se cruzan y se ven no sólo lo que son, sino lo que fueron, lo que desapareció y lo que ha posibilitado que lo que ahora sea como es.
En esta última entrega del #ViajedeOtoño de esta temporada, las reglas han cambiado. No escribo desde la distancia en el recuerdo, con los posos que la experiencia o los recuerdos o la lectura o la música han dejado. En esta entrega escribo con el intenso cruce de emociones, el asombro del encuentro, la sorpresa de lo que se esconde al doblar una esquina, la sensación del viaje en el tiempo, en un continuo ir y venir por los años y los siglos, la sensación y la emoción de relacionar lo que ya se conoce con lo que se aprecia con los sentidos.
Roma no es en sentido literal la Ciudad Eterna, porque no se puede ver su Coliseo, sino las ruinas de lo que fue el Coliseo; ni su Foro, ni los edificios que le daban vida, sino los huesos de lo que fueron sus columnas o sus muros. El paso del tiempo transcurre para los monumentos, los cuadros o las iglesias como con todo lo que vive en la naturaleza con su desgaste y decadencia.
Pero la naturaleza, la descomposición, la ruina no pueden con la idea de Roma. Si los edificios del Imperio Romano cayeron fue por los mismos que destruían para construir sobre los restos, como más tarde cayó el Imperio, como antes se hacía, sin ese concepto de la historia que tenemos ahora. Y cuanto nos queda de esa civilización o de otras hace que podamos afirmar que esta ciudad, como otras en menor medida, es eterna.
En esta entrega del #ViajedeOtoño te propongo un viaje a la Roma eterna en 3D, que nos acerca a su presente y su pasado en tres dimensiones culturales: libros, música y cine, con el acompañamiento de grandes autores y protagonistas de cada una de estas artes. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!




Poeta, escritor e historiador de la cultura de la antigüedad clásica, Robert Graves se hizo popular por una obra que publicó en los años treinta del pasado siglo y fue llevada a la televisión casi cincuenta años después.
Comenzó su carrera literaria con un libro de poemas Over the brazier. Alistado en la I Guerra Mundial, el horror que encontró le influyó de forma determinante el resto de su vida. Su obra se decanta entre los libros de poemas, algunas biografías y obras sobre temas relacionados la cultura como La diosa blanca, Los mitos hebreos o Los mitos griegos.
De entre sus novelas destacan la biografía novelada sobre el emperador romano que publicó en dos tomos: Yo, Claudio y Claudio, el dios y su esposa Mesalina
La primera pincelada sobre Roma nos acerca al comienzo del relato que Graves narra como una supuesta autobiografía que el emperador esconde con el augurio de que será encontrada a comienzos del siglo XX.


Llevada a la televisión en la década de los '80 del pasado siglo por la BBC, Yo, Claudio supuso un aumento del interés por la época de los emperadores romanos desde Octavio Augusto hasta llegar a Claudio y su sucesor Nerón. El guión basado en la novela de Graves, la espléndida puesta en escena, aunque con el handicap de ser rodada completamente en estudios, sin exteriores, junto con una exquisita interpretación del equipo de actores, hizo que la serie fuera un éxito internacional.
El enlace pertenece al comienzo de la serie que se puede seguir completa en la red.


Georg Friedrich Händel volvió su mirada a la antigüedad clásica para muchas de sus producciones musicales en forma de óperas y de oratorios, estilos ambos que llevó a cabo con éxito entre el público. De entre ellas, la segunda mirada nos acerca a su ópera Julio César (Giulio Cesare in Egitto), una obra que, como su nombre indica transcurre en el país del Nilo, aunque con personajes emblemáticos de la historia de Roma.

Primer acto de Giulio Cesare in Egitto.
Tras la victoria sobre Pompeyo que ha huido a Egipto, Ptolomeo, hermano de Cleopatra entrega su cabeza a César para darle la bienvenida a su país. Éste no da muestras de agradecimiento, por lo que Ptolomeo convence a Aquiles para que asesine al emperador romano en una fiesta que da en su honor. El atentado falla y Cornelia y Sexto, viuda e hijo de Pompeyo, entran en el palacio para matarlo por su cuenta, siendo detenidos a causa de una venganza. Sexto es llevado a las mazmorras y su madre llevada al harén de Ptolomeo. En este momento se produce uno de los más bellos dúos que nos ofrece la historia de la ópera Son nata a lagrimar (He nacido para llorar) interpretado entre Cornelia (contralto) y su hijo Sexto (soprano o contratenor).
Se trata de un dúo sencillo, con pocas palabras, en forma de Aria de capo, con una estructura A-B-A, tres partes bien diferenciadas en la que la primera se repite al final.
La contralto Nathalie Stutzmann dirige y canta junto al contratenor Philippe Jaroussky, un habitual de este blog Son nata a lagrimar (en el texto de Cornelia) y Son nato a sospirar (en la letra de Sexto). El lamento de la madre se mezcla con el del hijo en uno de los dúos más bellos de la historia de la ópera. Para disfrutar en total silencio, sin ninguna distracción que nos aleje de la música de Händel.


La tercera mirada romana nos acerca a uno de los momentos cumbres en que confluyen la historia de la iglesia y la del arte en pleno Renacimiento.
Pensando el Papa Julio II en la construcción de su tumba, buscó al más grande de los escultores de la época confiando el encargo a Michelangelo Buonarroti. Éste diseñó un mausoleo para el pontífice y marchó a Carrara para seleccionar el mármol, mientras Bramante, el arquitecto que diseñó la basílica de San Pedro del Vaticano, convencía a Julio II de la imprudencia de construir una tumba para alguien que está aún vivo. El Papa renuncia a su construcción y decide emplear el talento de Michelangelo en finalizar la decoración de la Capilla Sixtina.



Esta capilla fue encargada por Sixto IV y un grupo de pintores de finales del Quatroccento se encargó de su decoración, con Sandro Boticelli, Perugino o Lucca Signorelli entre otros. Sólo quedaba la bóveda que, a la sazón imitaba un cielo azul con estrellas doradas. Ofendido por el encargo, Michelangelo huyó a Florencia y fueron necesarios varios años para el acuerdo entre el Pontífice y el artista para comenzar a trabajar en tan monumental obra.
La tormentosa relación entre el escultor renacentista y Julio II fue llevada al cine como The Agony and the Ecstasy en 1965 y titulada en nuestro país El tormento y el éxtasis con Charlton Heston en el papel del gran Buonarroti y Red Harrison en el rol de Julio II y la dirección de Carol Reed. Un película recomendable de la que enlazo la escena en que Michelangelo se enfrenta al estrellado techo azul al que debe ilustrar.


Moverse por Roma supone un constante salto hacia adelante y atrás en el tiempo. A la vuelta de una esquina o tras un edificio el sorprendido viajero puede dar un salto en el tiempo hasta no sabe qué momento de la historia.

Uno de los escritores que mejor supieron admirar y asimilar la belleza de la Italia que recorrió fue Stendhal. La sensibilidad con que apreciaba cuanto veía, el sentido de la belleza que poseía dio origen a lo que conocemos como el Síndrome de Stendhal, esa sensación de vacío y vértigo que se produce cuando la mente queda sobrecogida al no poder asimilar cuanta belleza atesoran los monumentos, esculturas o pinturas que se contemplan.
De Stendhal es el texto que nos presenta la siguiente mirada a la ciudad de Roma, una reflexión que enlaza la mirada anterior con época que nos acompañará más adelante perteneciente a su libro Paseos por Roma




El Séptimo Arte nos ha dejado también miradas a la Roma del pasado más cercano, casi del presente. Evitando menciones de películas de pseudo aventuras crípticas que tienen su espacio en otros blogs, no podemos dejar de recordar algunas de directores italianos que reflejaron la vida de la capital italiana en las décadas centrales del pasado siglo como la neorrealista El ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica, la turística y deliciosa Vacaciones en Roma con Audrey Hepburn y Gregory Peck o toda una obra maestra como La dolce vita de Federico Fellini.



La ultima mirada que nos acerca a Roma es una historia de ficción que ha entrado a formar parte de la historia. 
Cuando Giacomo Puccini vio el drama Tosca de Victorian Sardou, no cesó hasta que consiguió llevarla al escenario como una ópera. Perteneciente al estilo verista, la historia de Tosca transcurre el 14 de junio de 1800 en tres escenarios concretos: El primer acto en la iglesia de Sant'Andrea della Valle, el segundo en el Palacio Farnesio y el tercero en el Castillo Sant'Angelo. Tal realismo ha dado lugar al tópico difundido entre aficionados y algunas guías turísticas de que Tosca existió en realidad y se suicidó arrojándose desde esta fortaleza.


El enlace con que termina este #ViajedeOtoño por Roma muestra a Plácido Domingo en el rol de Mario Cavaradossi cantando en el mismo Castillo Sant'Angelo, con el Vaticano al fondo el aria E lucevan le stelle, el dramático canto de despedida a la vida que entona el protagonista masculino de Tosca ante su inminente ejecución. Se trata de una versión dirigida en 1992 por Zubin Mehta.


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