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Budapest, la perla del Danubio

Budapest es una ciudad que se presta al recuerdo, a la degustación de lo visto y vivido. 
En este nuevo capítulo de Viaje de Otoño te propongo acercarte, desde la curiosidad por la ciudad desconocida o desde el recuerdo de lo visitado, a una de las ciudades más fascinantes de Europa Central. Nos acompañan textos de Claudio Magris y música de Béla Bartók y Johann Strauss hijo.


Hablar de Claudio Magris es hacerlo de uno de los intelectuales europeos que influyen con su obra desde finales del pasado siglo. Catedrático de literatura en lengua alemana en la universidad de Trieste, su tierra natal, es un prestigioso germanista, traductor o simplemente interesado por la obra de autores como Ibsen, Joseph Roth, Musil, E.T.A. Hoffmann, Hermann Hess o Borges, además de autor de un gran número de ensayos y obras narrativas. Una de sus temáticas es la necesidad de una unión europea, una obsesión sobre la que sobrevuela su pensamiento en muchas de sus obras. El sueño de la Mitteleuropa, la Europa Central, como unificación y unicidad en lo cultural y político, en una búsqueda de la memoria del continente, la creación de un espacio que trascienda lo geopolítico y en el que en su gestación y desarrollo han participado lo germano y lo judío como elementos esenciales: "La cultura alemana, y con ella la judía, ha sido un elemento de unidad y de civilización en la Europa centro-oriental". Obras como El Danubio, Otro mar, Conjeturas sobre un sable, Microcosmos, Utopía y desencanto, A ciegas o La exposición forman parte de su obra literaria. 
Su obra El Danubio abunda en la temática de ahondar en la memoria de Europa a través de un relato que aborda un viaje que transcurre entre lo externo y lo interno, a través de los más de tres mil kilómetros que recorre el gran río europeo a lo largo de su curso, en un viaje que profundiza entre la memoria y el sueño de la creación de un espacio europeo. Según sus palabras: "La cultura europea es como el Danubio, que atraviesa fronteras nacionales, humanas y psicológicas. Es el símbolo de estas diferencias, pero también del rescate de su unidad. El viaje es una posibilidad de salvar esas fronteras, igual que las salva el río, preservando siempre la diversidad".



Este recorrido deviene entre registros variados y elementos de distinto calado, desde simples anécdotas hasta episodios de mayor trascendencia. El río surge con mayor importancia que lo simplemente geográfico: es el símbolo de un sueño de convivencia plural frente al particularismo y el enrocamiento de los nacionalismos.
Como el mismo río Danubio, la parte  central del libro está dedicada a la Panonia, esa antigua región romana que coincide con la cuenca danubiana de gran parte de Hungría y Croacia, Serbia, Eslovenia, Eslovaquia y Austria. En la sección dedicada a Panonia, Magris nos recorre la parte húngara del río en unas observaciones que lo llevan a profundizar en el alma de la capital magiar.


La música en Hungría es tradición, espectacularidad y modernidad. El gran héroe musical, la gran figura histórica de la música en Hungría es Franz Liszt, acaso el pianista más grande que haya dado la historia como intérprete y como compositor. Su figura se paseó por toda Europa, influyendo en todos los grandes compositores e intérpretes del continente. Tenía fama de poder leer cualquier partitura, por muy difícil que fuera, a primera vista. Técnicamente era de una destreza inigualable y su obra va desde las composiciones de autoría propia hasta las adaptaciones que realizaba de obras de otros compositores. Es el caso de Las Paráfrasis y Les Réminiscences, obras en las que traduce al piano temas de distintas óperas, pero en las que no se limita a la simple transcripción, sino que ahonda y avanza en la caracterización de la obra, sus personajes y la historia.
Además, hay autores que han trabajado desde esta tradición y la música popular para crear obras que se encuentran entre las más asombrosas composiciones del siglo. 
Béla Bartók se inició en la música desde su infancia. Tras completar sus estudios musicales, inició una carrera compositiva y como intérprete de piano con algunos éxitos, pero se prometió dedicarse a la investigación folclórica junto con Zoltan Kodály, llegando a completar el estudio de la música popular húngara. Su única ópera es El castillo de Barba Azul, una original obra que oscila entre el misterio y la vanguardia en la que logró unir la tradición junto al impresionismo y al expresionismo. Basada en un cuento de Perrault, el libreto fue obra de Béla Balázs, un poeta, dramaturgo y guionista del naciente cine.
La historia, con poca acción y sólo dos personajes, está más cerca de lo metafísico y lo profundo que de lo convencional. No hay números cerrados como arias o dúos. Judit acaba de casarse con Barba Azul y le pide explicaciones sobre qué hay tras cada una de las siete puertas de su tenebroso castillo. La escalofriante historia muestra cómo va descubriendo, tras cada puerta, el sangriento pasado de su esposo. 


La historia sirvió a Bártok para componer un mosaico sobrecogedor cargado de metáforas: en un universo simbolista, mientras Judit va conociendo qué se esconde en cada una de las estancias, el público se adentra con ella en un mundo de dolor, un palacio sin salida, reflejo de la huella que deja el crimen y que, tras cada promesa de redención, exige no hacer nuevas preguntas. Después de la sexta puerta se vislumbra un lago formado con las lágrimas que el esposo ha hecho derramar a lo largo de su vida. Aquí le plantea a Judit si ve necesario, con halagos y abrazos, la posibilidad de que ella no abra la última puerta, entre las dudas y arrepentimientos de los dos personajes. Tras la séptima puerta se revelan las tres esposas anteriores de Barba Azul, como fantasmas condenados al silencio y la resignación. "Tras el de la mañana, el del mediodía y el del crepúsculo, tú serás el de la noche -le dice a Judit-. Ahora no habrá más que sombra, la sombra para siempre".
El enlace nos presenta el comienzo de la ópera con el barítono Kolo Kováts como Barba Azul y la mezzosoprano Syilvia Sass como Judith con sir George Solti dirigiendo a la London Philarmonic Orchestra.


Uniendo las ciudades de Óbuda, la más antigua, Buda, la ciudad oficial, la de la corte de los reyes magiares, con Pest, la comercial, la ciudad de la burguesía y el pueblo, en el siglo XIX toma entidad la nueva Budapest, una de las ciudades más hermosas de cuantas bordean las orillas del gran río europeo.
La ciudad floreció en los primeros años del siglo XX con una inquietud cultural que se planteaba qué relación existía entre lo esencial y la forma, entre el funcionamiento de las cosas tal como son y la autenticidad de como deben ser. Coincidiendo con el milenio húngaro, en 1896, la creación artística lleva al extremo la espectacularidad de sus monumentos, la creación del metro subterráneo (el segundo más antiguo del mundo tras el de Londres), los compositores hacen avanzar la música hasta colocarla entre la vanguardia europea.



Heredera de estos años es la visión que Budapest nos ofrece hoy. Badavári palota (El Palacio Real), con Várnegyed (El barrio del Castillo), el Mátyá Templom (la Iglesia de Matías, que no de San Matías) o ese impresionante balcón panorámico hacia el Danubio y Pest, el Halásbástya (el Bastión de los Pescadores) marcan el impresionante señorío de la corte húngara. 
Unida por sus monumentales puentes, al otro lado del río, Pest modificó su aspecto para surgir como la vemos en la actualidad con sus amplias avenidas y elegantes edificios, una mezcla de exuberancia y gigantismo, una mezcolanza entre el floreciente capital húngaro y el imperialismo proveniente de Viena. Se diría un eclecticismo historicista con el que la burguesía quisiera aparentar y ostentar un estilo propio húngaro.
Aquí deslumbra el edificio de Országház (El Parlamento), un espectacular monumento neogótico, casi catedralicio; Nagykörút (Gran Bulevar), con sus avenidas repletas de actividad; Andrássy út (Avenida Andrassy), la más elegante de las avenidas de la ciudad, en la que se cobija la fastuosa Magyar Állami Operaház (Ópera Nacional), un edificio espectacular por fuera y por dentro; el Vásárcsarnok (Mercado Central), impresionante edificio de varias plantas cubierto con una amplia nave de bóveda metálica; hasta la popular Hösök tere (Plaza de los Héroes).
Una deliciosa película de Ernest Lubischt de 1940, The shop around the corner, difundida en España como El bazar de las sorpresas, nos permite entrever ese ambiente de las primeras décadas del siglo. 
También abunda la tradición centroeuropea de los cafés, con algunos anodinos edificios que esconden su acogedora monumentalidad tras fachadas insospechadas, como el Café New York



Pero la música de Budapest y de Hungría en general, bebe mucho de lo popular. Sus aires, estilos y bailes han pasado a formar parte de la algunas composiciones clásicas. Originaria de los verbunkos en el siglo XVIII, ha sido popularizada por agrupaciones romanís por toda la zona circundante, llegando a ser popular en los países limítrofes.
La más popular de las danzas húngaras, las czardas se componen de dos tiempos bien diferenciados, comenzando de manera tranquila y parsimoniosa (lassú) para terminar con un tiempo muy rápido y animado (friss).
Interior de la impresionante Ópera de Budapest


En el último guiño a Budapest podemos ver una interpretación de las Czardas de Die Fledermaus (El Murciélago), una deliciosa opereta de Johann Strauss hijo, en la que se recoge el ambiente musical de finales del XIX y comienzos del XX en pleno apogeo de la dinastía de los Habsburgo cuando el imperio Austro-Húngaro formaba una de las grandes potencias europeas. La unión de este ambiente mezclado de burguesía, nobleza, militares, en un decorado de lujo, fiestas y engaños, y en la que cada personaje está interpretando un papel en la fiesta distinto al suyo, hace que esta opereta aún se represente en la época previa al fin de año en los países germánicos. En esta pieza, Rosalinde evoca con su czarda el recuerdo de su Hungría natal.




Interpreta esta Czarda Kiri Te Kanawa en una producción grabada en el Royal Opera House del Covent Garden de Londres en 1984 con la dirección de Plácido Domingo.


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